27 octubre 2017

El director de fotografía

Anoche impartió su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel un nuevo académico, el director de fotografía cinematográfica Juan Antonio Castaño Collado, y me solicitaron que diese el discurso de contestación o "laudatio". Como creo que quizás pueda ser interesante, copio a continuación una parte de ese discurso:

Siempre es mejor empezar por el principio y el inicio del cine comercial, está indisolublemente unido a un apellido: Lumière, que significa “luz”, por lo que, quizás por casualidad, ya desde sus inicios fue importante la luz un componente imprescindible en el denominado séptimo arte, como lo es en la pintura y la arquitectura, y que siempre ha sido una de las principales tareas y preocupaciones del director de fotografía.
En esos primeros años todo el equipo cinematográfico estaba formado por el empleado de la empresa de la familia de Lyon, que en muy pocos tiempo había enviado a sus operarios por todo el mundo, una persona que elegía el emplazamiento de su cámara, movía una manivela -recuerden que aquellos aparatos no tenían motores-, revelaba la cinta y luego la proyectaba en los salones, todo ello realizado por una sola persona, desde la localización del lugar hasta la proyección.
Poco tiempo después estas profesiones se independizaron y algunas están a punto de desaparecer, como la de proyeccionista, a causa de los proyectores digitales que funcionan prácticamente de forma autónoma. Recuerdo que quien se ocupaba de los proyectores era alguien misterioso, encerrado en una habitación oscura en la parte alta del cine, cuando empecé a ir al Cinematógrafo Yaiza Borges alguien me señaló a un joven diciéndome que era su proyeccionista, ese joven era Juan Antonio Castaño, al que entonces no conocía y quien durante la existencia de aquella quimera se ocupó de que hubiera sesiones cada día.
Pero ya que estamos hablando de cine, haremos un “flashback” y retrocederemos desde los años ochenta y el Yaiza Borges, hasta mediados de la década de los cincuenta y a Jaen; donde acaba de llegar una familia desde Almería que se muda al primer piso de una casa, casualmente encima de ellos hay un espacio fascinante con columnas salomónicas y escaleras que no llevan a ninguna parte, es el estudio de Rufino Linares Reina, un conocido fotógrafo de la ciudad, que tiene un hijo casi de la misma edad del niño que acaba de llegar y que pronto se hacen amigos, el recién llegado, que es Juan Antonio, se queda fascinado por los posibilidades de la fotografía y aprende sus rudimentos. Las casualidades, que tanto le gustan a escritores como Paul Auster, van modificando nuestras vidas sin que a veces seamos conscientes de ello y quizás si Juan Antonio hubiera tenido otros vecinos, su profesión hubiera sido otra completamente diferente.
Justo al comenzar los años setenta Juan Antonio se traslada a Madrid y tras estar dos años estudiando una carrera que no le interesa, se matricula en la Facultad de Ciencias de la Información, que acaba de abrirse en esos años. En la Capital se introduce en los ambientes musicales y teatrales como escenógrafo y músico de varios grupos independientes e incluso durante dos temporadas trabaja en la Compañía Lírica Nacional dirigida por Tamayo, como guitarrista de escena. Al mismo tiempo, es un espectador asiduo de la Filmoteca Nacional y empieza a asistir a rodajes, siendo fotofija y director de fotografía de producciones de cine independiente madrileño, entre ellas dos cortometrajes de un joven, tan solo ocho meses más joven que él, llamado Pedro Almodóvar.
A los veintiocho años le sucede un hecho que hoy está prácticamente olvidado, pero que en aquel entonces era crucial y al mismo tiempo terrible, se le acabaron las prórrogas para hacer el servicio militar, por lo que ha de participar en el sorteo de quintas y le toca hacer el cuartel en la lejana Santa Cruz de Tenerife. Otra casualidad que, en este caso, logró que el cine hecho en Canarias fuera distinto y seguramente mucho mejor.
Unos años después de llegar funda junto con otros nueve componentes el colectivo Yaiza Borges, no es necesario hablar más de ellos y lo mejor es remitirse al libro Yaiza Borges: Aventura y utopía que editó la Filmoteca Canaria, en su prólogo hace ya trece años escribí que «en su momento hizo mucho por el cine, pero además propuso una serie de actuaciones para que el séptimo arte se desarrollase en Canarias, algunas de ellas se han ido realizando y otras hoy en día aún parecen un sueño» y me temo que aún hoy lo parecen; en ese prólogo concluía escribiendo que fue «la actitud comprometida con la sociedad de una serie de jóvenes en un momento histórico determinado, una actitud viva y presente que debiera servir de ejemplo para todos».
Juan Antonio se convierte en quizás el más activo director de fotografía del cine rodado en Canarias, pero su labor no se ha limitado a la dirección de fotografía, y a mediados de los años noventa, con otros cuatro cineastas, se convierte en empresario, fundando la productora cinematográfica La Mirada, que el director José Luis Cuerda denominó la Metro Goldwyn Mayer del cortometraje español por la calidad de sus producciones. Una empresa que tras más de veinte años sigue en activo y aún con tres de aquellos socios a su frente, el propio Juan Antonio, Ana Sánchez-Gijón, y Alfonso Ruiz, con lo que un almeriense, una valenciana y un catalán, mantienen una de las más activa y duradera productora canaria. A principios de este siglo esos mismos tres socios fundan un estudio de animación, La Casa Animada, que no solo produce películas, de lo que antes se denominaban “dibujos animados”, sino que además imparten formación sobre esa materia.
Antes decía que Castaño ha trabajado en muchísimas producciones canarias, pero también lo ha hecho fuera de las islas, recibiendo premios en festivales como los de Alcalá de Henares, Madrid Imagen, Medina del Campo, L'Alfas del Pi y Elche. No voy a leerles la lista de sus trabajos, afortunadamente hoy en día quien quiere conocer las filmografías de los cineastas tiene las bases de datos de Internet y si se consulta quizás la más famosa y utilizada -100 millones de usuarios cada mes-, el Internet Movie Database (IMDb) se puede comprobar que allí figuran dos títulos como operador de cámara, dos como director de fotografía de la segunda unidad, veinte como director de fotografía, más su reciente trabajo como montador de la serie animada Cleo dirigida por Ana Sánchez-Gijón, pero lo mejor es no fiarse, porque, por muy estadounidense que sea, esta base de datos tiene errores, como le sucede a muchos libros impresos, y en esta filmografía posiblemente faltan títulos.
Antes mencionaba la formación y no se puede dejar de citar la actividad docente de Juan Antonio, tanto impartiendo cursos y talleres, como además actualizando sus conocimientos profesionales con directores de fotografía de la talla de Jack Cardiff en Estados Unidos.
Hace años algunas revistas todavía separaban a los cineastas que trabajaban en las películas en dos apartados: “técnico” y “artístico”, siendo este último el correspondiente solo a los actores y actrices, y el otro al resto del equipo, como si en éste no hubiera “arte” y la interpretación no requiriera de una “técnica”.
Lo cierto es que los denominados técnicos españoles ya habían sido reconocidos, pero sobre todo en el extranjero, por culpa posiblemente de esa mezcla de desidia y envidia que caracteriza a alguno de nuestros compatriotas, incluso recibiendo Oscars de Hollywood, como los dos del decorador Gil Parrondo y el que recibió el director de fotografía Néstor Almendros. Respecto a la técnica, este último escribió en su libro Días de una cámara que «las cualidades de un director de fotografía son la sensibilidad y una sólida cultura. Lo que llaman “técnica cinematográfica” no posee más que un valor secundario, es cuestión, sobre todo, de ayudantes. Muchos de los directores de fotografía se refugian en la técnica. Una vez se han aprendido unas cuantas leyes básicas, no resulta muy complicado este oficio, especialmente cuando se dispone de un ayudante que se ocupe del foco, de medir las distancias, cuidar la mecánica de las cámaras».
En cuanto a la cultura, Almendros también escribió sobre la influencia de las artes plásticas: «una de las obsesiones que yo considero imprescindible en la educación cinematográfica como cameraman, es el conocimiento de la pintura, sobre todo, la figurativa. Los pintores de luz, es decir, un Caravaggio, un Vermeer, un Latour, un Velázquez o un Zurbarán, nos dan ideas de formas a la hora de iluminar un rostro». Una influencia que ya ha mencionado Juan Antonio en su discurso al referirse a La isla interior y además ha escrito algo que va más allá de las influencias estéticas, que «contemplar la pintura de Hopper nos hace sentir observadores furtivos», una cualidad que entronca con el casi inevitable voyerismo de cualquier espectador cinematográfico, similar al de los usuarios de redes sociales.
En una película, desde una superproducción hasta un vídeo de YouTube, puede que no haya un escenógrafo, ni un diseñador de vestuario, ni un montador, ni un músico, ni un actor... incluso puede que no haya un director, pero es muy difícil que no exista una cámara, que ha de hacer funcionar alguien, siendo esa es la función indispensable del director de fotografía.
Una de las principales virtudes de los mejores profesionales cinematográficos -directores de fotografía, escenógrafos, diseñadores de vestuario, etc.- es su “invisibilidad”, lograr que su labor individual se integre en el conjunto armonioso que debe conformar una película. En definitiva, que su trabajo no se “note”. Los mismos cineastas dicen que si alguien al salir de ver una película, solo alaba la fotografía o la interpretación o la ambientación u otro apartado, en ese caso, la película no habrá logrado sus objetivos aunque el profesional en cuestión haya conseguido realizar un trabajo extraordinario. Se ha de lograr una integración, y al mismo tiempo una subordinación, de una parte al todo cinematográfico. Esta “invisibilidad” es una de las grandes cualidades del trabajo de Juan Antonio, realizado de un modo modesto y admirable, sin renunciar a aportaciones que, sin duda, han sido decisivas para mejorar las obras en las que ha participado 
Sin embargo, nada de esto tiene sentido sin algo muy importante, el arquitecto Renzo Piano en una entrevista muy reciente, publicada en Arquitectura Viva, declara que se ha de ser optimista: «si no crees en la capacidad de la belleza, de la vida y de los valores cívicos para construir un mundo mejor -para mí esto no es ya una utopía sino una posibilidad real- entonces es mejor que cambies de profesión porque estás en la equivocada».
Cuando en marzo de este año, la directora de cine Josefina Molina ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el también director Manuel Gutiérrez Aragón concluyó su discurso diciendo que «la Academia se renueva cuando en ella entra alguien capaz de aportar una mirada distinta, una nueva escucha, una nueva estrategia», esto es lo que sucede contigo, creo que tu mirada de cineasta enriquecerá nuestra Academia, aportando nuevos puntos de vista, que además siempre serán dinámicos como en la imagen en movimiento.

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